Radiohead: la vuelta de la Fe

Cuando vas a ver a Radiohead, sabes que vas a ver a uno de los mejores grupos de la historia. Pero una cosa es saberlo… y otra muy distinta es sentirlo. He necesitado una semana para asimilar todo lo vivido y sentido y poder compartir esta crónica.

Lo del 8 de noviembre en Madrid no fue un simple concierto: fue una ceremonia.
Tras siete años de espera, Radiohead puso fin a esa pausa de silencio y abrió su gira europea con cuatro noches épicas en la capital. Y, fieles a su naturaleza imprevisible, ofrecieron un setlist distinto cada noche: un gesto casi imposible para cualquier otra banda, pero natural en un grupo con uno de los catálogos más deslumbrantes de la historia.

El sábado , en su despedida de Madrid … algo cambió. Se respiraba el aire de las cosas que no se repiten. El público, entregado desde las 20:30, aguardaba con la fe del que sabe que está a punto de presenciar un milagro. No esperaba un concierto sino una revelación.

El escenario, circular y rodeado de pantallas mutantes, funcionaba como una jaula viva en la que los músicos se movían, se intercambiaban posiciones, conectando con todas las partes del pabellón, como si la música respirara desde el centro hacia afuera. La banda, parca en palabras, pero visiblemente emocionada estaba en otro plano: concentrada, luminosa, casi incorpórea.

El universo Radiohead: impulsivo, visceral y ajeno a la lógica nos ofreció un viaje de dos horas por su propio catálogo emocional: un festín de texturas, velocidades y matices que probó que siguen en la vanguardia, incapaces de acomodarse o repetir patrones. Un conjunto que se mueve por instinto, transitando la inmensidad de su propio cosmos.

El comienzo del concierto fue algo dubitativo por el sonido que no era del todo bueno, pero lo repusieron con brillantez a la tercera canción, porque los milagros a veces requieren de su tiempo. Se abrió con «2 + 2 = 5″, y fue como encender una alarma que abría los portales y decía: «Estamos de vuelta y no será igual». Luego vinieron «Airbag», «Jigsaw Falling Into Place», ajustaron el pulso colectivo y tras una cascada de clásicos que nos recordaron quiénes somos y por qué vivimos esto, la noche se derritió con la bruma la calma y la herida de «All I Need», «Nude», «Reckoner» , nos envolvieron en esos parajes internos que sólo ellos saben abrir, esas canciones que te suspenden entre la nostalgia y el sueño.

Y cuando ,»Idioteque» y «Myxomatosis» rompieron el aire , recordando que el caos también puede ser sagrado y entonces supimos que este fin de semana no servía solo para mirar atrás: era para redefinir el presente.

Y al final el corazón ; una liturgia emocional con «Exit Music (for a Film)», «Street Spirit (Fade Out)» y un último estallido coral en «Karma Police», cantado como si el mundo necesitara redimirse un poco. Miles de voces al unísono. Una ciudad suspendida.

Radiohead regresaron con la dignidad de quien es incapaz de acomodarse o apostar por lo establecido, incapaces de repetirse, seguros de seguir habitando la vanguardia.

Porque esto no fue un concierto, fue una ceremonia. Porque cuando ellos vuelven, también volvemos nosotros.

Crónica de Domingo Millán

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